Tercera parte, página 642: En búsqueda del Yo
“Las preguntas más importantes que pueden plantearse acerca de cualquier esfera de la sociedad son: ¿qué tipos de mujeres y hombres tiende a crear?¿ Qué estilos personales de vida inculca y fortalece?”
C. Wright Mills, Política y Pueblo
“En Tandil le pregunté a un estudiante comunista de Bahía Blanca si había tenido alguna vez, un momento de duda. Me respondió: –Sí, en una ocasión.”
Witold Gombrowicz, Diario Argentino
“¿Por qué se querrá que seamos de distinta manera a la que somos? ¿Por qué alegrarnos artificialmente si somos tristes? ¿Por qué hemos de imitar la displicencia decadente de un francesito? Somos apáticos o apasionados.”
Raúl Scalabrini Ortiz, El hombre que está solo y espera.
Apáticos o apasionados: los argentinos somos, básicamente, exagerados. La realidad no nos alcanza; preferimos la imaginación que resulta, claro, el mejor método de fuga. Es siempre difícil saber dónde estamos, porque es aún más arduo saber si estuvimos alguna vez. El argentino siempre está -parafraseando a Ortega- por delante de sí mismo: somos promesa en estado latente, nunca acto. Ser acto -estar de manera completa, ser de manera completa- nos expondría al fracaso. Quizá por eso preferimos criticar el juego ajeno antes que jugar el propio.
Teatrales y exagerados, porque “el que no llora no mama”; gritones, porque tememos que no nos vean; inseguros, porque en este país impune y discrecional nada se adquiere del todo.
¿Seremos, también, personas leves? Para Marco Denevi (1922-1998) los argentinos tenemos la mentalidad de los huéspedes de hotel: un pasajero “nunca se mete con los otros”, “y si los administradores administran mal, si los administradores roban y hacen asientos falsos en los libros de contabilidad, es asunto del dueño del hotel, no de los pasajeros a quienes en otro sitio los está esperando su futura casa propia, ahora en construccíón”. En esa casa, la que nunca terminamos de construir, volcamos nuestros deseos más secretos, aquello que queremos ser pero, finalmente, nunca somos. Heredamos el motor del deseo de los inmigrantes, que también nos dejaron el miedo al ridículo, el pavoroso temor del criollo a ser “sobrado” por el que venía. Por eso rendimos culto a la apariencia, valoramos el tener sobre el ser, compramos el auto antes que la casa, exigimos que nos llamen “doctor” y tememos que nuestra presencia no se note.
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